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lunes, 25 de mayo de 2009

El Soñador©

Don Mario Benedetti, un soñador...

Es el instante de la quietud insolente.
El croar de las ranas, el chirrido desapacible de las aves, el canto agudo y persistente de los grillos, la tenue penumbra que avanza, el golpeteo acompasado de su pecho, la brisa suave rozándolo.
Es el tiempo de las ideas que explotan por el golpeteo iracundo de su cerebro; magia desbordante de inspiración febril, fuente luminosa y procreadora que multiplica las visiones en ojos sin miradas, en muecas inexpresivas, en rictus de llanto y risa.
Es el tiempo en que repasa los límites de la pasión rabiosa y atosiga palabras sin sentido, en un carrusel descarriado de frases inconclusas.
Meditabundo, su cuerpo permanece inmóvil, mientras en su cabeza el fuego comienza a arder las gotas de un rocío transpirado de noches desveladas. Nada le es desconocido, aun así descubre en cada agitación, lo sutil y efímero que lo rodea, como la primera vez.
Casi en éxtasis místico y con asombro indescriptible percibe perfiles en su derredor, que semejan bailarinas sensuales, antojadizas, al compás rítmico del aire. Rostros que descubren sus nombres, nombres que se apoderan de identidades difusas, tomando las caras de otros nombres…
En los altos edificios, las ventanas a media luz emiten un resplandor opaco, como luciérnagas tristes, perezosas.
El escenario está diseñado delante de sus ojos, aunque ellos no pueden ver sino la blancura del hechizo acomodado en un rincón de su mente.
Estático, vulnerable, seducido por las sombras de los sueños y de la realidad, emigra hacia los terrenos de la exaltación. Allí, donde la muerte es una rosa que devela el misterio eterno y donde los días son cuentas engranadas por la provocación de las lágrimas.
Las estrellas que inician su noche, aventurándose a las negruras, titilan ruborosas ante la mirada ocasional del romántico soñador.
Somnoliento, inmutable, con los párpados entrecerrados, evoca otros tiempos.
Hoy no divaga, el centelleo de sus pensamientos lo revitalizan. Escudriña con avidez y deleite vanidoso lo que observa, hurga los detalles de los claroscuros que se desdibujan en su derredor como ayer, como la primera vez. Lo invade la misma sensación de poder porque se sabe dador de Vida, porque se sabe un dios irreverente que manipula los hilos de sus creaturas.
En su religión de significados, imágenes, formas y analogías, no cesa de promulgar su ideología.
Maquinalmente se incorpora, con la pasividad que lo caracteriza…
Ya la oscuridad es cerrada, la hierba está húmeda, un estremecimiento lo sacude como si lo empujara…
Desanda el sendero enajenado lentamente, su intelecto se agita, sonríe…
El silencio pesado, las sombras profundas lo escoltan.
Ya en su mesa comienza a bosquejar. Es experto, un especialista.
La ideas bullen en su mente haciéndose figuras, ecos, voces, sonidos en las hojas níveas que recibe sus trazos con gozo y placer…
Ha comenzado a dar a luz otra novela que palpita con cada tecleo mientras puja su delirio en cada palabra.

2 comentarios:

  1. Creo que no existe otra forma de expresar el instante del parto de palabras, en el que el "dios" de letras se magnifica en Vida.
    No se puede identificar de otra manera a la CREACIÓN...
    Defino el relato "El Soñador" de Orlinda González como SUBLIME...

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  2. Gracias profe por los conceptos vertidos de mi creación. Sólo un sueño no se hizo real: el de conocer personalmente a tan exquisito poeta. Pero sé que nos reuniremos entre nubes tornasoladas y cánticos celestiales junto a mis seres queridos que han partido antes. Un abrazo Orlinda.

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Tus comentarios y apreciaciones alimentan mi alma y son la fuente que me inspira a seguir manifestándome por medio de la palabra, muchas gracias.